Dubái, un milagro en el desierto
El aeropuerto de Dubái, en los Emiratos Árabes, es toda una declaración de intenciones. Da igual a la hora que se llegue. A diferencia de tantos otros, el de Dubái se encuentra operativo las 24 horas del día, tanta es la afluencia de pasajeros que lo usan para cambiar de vuelo y continuar viaje hacia destinos asiáticos tan valorados como Tailandia. El hall que da la bienvenida a los pasajeros es gigantesco, con inmensa columnas plateadas que reflejan el trajín de turistas. Hoy en día son ellos y no el petróleo los que aportan más beneficios al país. El por qué hay que buscarlo en la geografía, ya que Dubái se encuentra a mitad de camino entre Europa y Asia, una circunstancia que ha sabido aprovechar igual que sucedió en la Edad Media, cuando la Ruta de la Seda cruzaba los desiertos por tierra.
Con un desarrollo arquitectónico que empezó hace algo más de 15 años, Dubái se ha convertido en un destino turístico por sí mismo, y no sólo en un lugar de paso. Sus atractivos son tres bien definidos: las infinitas posibilidades de ir de shopping en centros comerciales gigantescos, que disponen dentro de ellos de acuarios gigantes y otras atracciones espectaculares; los alojamientos de alta gama y la playa, ya que la ciudad – estado se baña los pies en el Golfo Pérsico. El problema es que todo Dubái tiene una superficie parecida a la de la isla de Mallorca, en las Baleares, de manera que el desarrollo urbanístico y el interés por su mar obligó a tomar medidas. El jeque Mohammed, cabeza visible de la familia Al Maktum, que gobierna el destino del emirato, decidió en el año 2002 lanzar una propuesta para ganar terreno al mar, a la vez que modificaba la ley para que los extranjeros pudieran adquirir viviendas en su reino. Gracias a éste órdago, Dubái ha duplicado su superficie costera con una serie de complejos artificiales que vistos desde el aire simulan la forma de tres palmeras y un globo terráqueo. El primer conjunto en terminarse fue el Palmera Jumeira y vendió todo el espacio disponible en tres semanas. Y es que Dubái levanta pasiones.
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