Cuando viajas a Japón no cambias de país, cambias de planeta
Asia me llama mucho la atención porque encuentro pocas semejanzas con nuestra cultura europea. De los países que me quedaban por conocer de este continente tan fascinante,
Japón me parecía el más apetecible y diferente.
Hace años que quería ir pero lo veía un poco caro, en cambio, cuando vi vuestra oferta de
Tokio-Kioto con el Japan Rail Pass, pensé que era una buena oportunidad y mi marido y yo nos decidimos rápidamente. Así, hemos hecho las visitas a los lugares por nuestra cuenta. Soy muy organizada y lo planifiqué todo antes de partir.
El matrimonio en Kioto ante el Templo budista To-Ji.Según llegamos al aeropuerto alquilamos a muy buen precio un aparato con wifi algo más pequeño que un móvil para que nos acompañara durante todo el viaje. Entre otras cosas te permite llevar un traductor, lo que facilita la comunicación con los japoneses ya que no hablan inglés. No obstante, cuando les preguntas son muy amables y se esfuerzan en darte explicaciones mediante señas o sacando su smartphone para mostrarte lo que quieren decir.
Moverse en tren es muy fácil porque en las estaciones está todo perfectamente señalizado en inglés.
Fuimos a uno de los lugares más visitados de todo
Japón que está cerca de
Kioto, el
santuario Fushimi Inari. Se erigió en una montaña integrado en la naturaleza. Es mítica la imagen de la hilera de
toriis naranjas delimitando el ascenso. Nosotros subimos al atardecer, cuando apenas había gente y se sentía el silencio del bosque. Fue un
momento muy especial del viaje que siempre recordaré.
Quería estar en
Hiroshima por el simbolismo que tiene. Es un lugar que te embarga al saber la cantidad de gente que murió y las consecuencias que tuvo todo aquello.
La ciudad está totalmente reconstruida y hoy en día es súper moderna. El único edificio que sobrevivió a la explosión de la bomba atómica y del que se conserva sólo su estructura fue la
cúpula Genbaku. Estuvieron a punto de derribarlo, pero decidieron conservarlo por lo que significa para la civilización y para que no olvidemos la crueldad del ser humano. Símbolo de la paz mundial, ha sido declarado
Patrimonio de la Humanidad.
Desde
Hiroshima cogimos un ferry que nos llevó a la
isla de Miyajima. Creo que este lugar no hay que perdérselo si vas a
Japón. Hicimos que la hora de llegada coincidiera con la marea alta, de modo que el
santuario Itsukushima y su
gran torii parecía que flotaban en el mar. Una imagen única que nos encantó.
En
Kamamura nos gustó mucho el gran Buda gigante. El
templo Hase-dera o de los niños perdidos es muy bonito por tener el aliciente del mar, ya que está construido en la ladera de la montaña y desde lo alto hay unas vistas increíbles de la costa japonesa.
Está dedicado a los niños muertos o que no han llegado a nacer. Éstos estaban representados por cientos de
estatuas de Jizo colocadas por las mujeres que los habían perdido e iban allí a rezar. Me sobrecogió el lugar porque en mi vida había visto algo de estas características.
Kamamura. Gran Buda. Tokio es inabarcable, así que nos dedicamos a visitar lo esencial y más emblemático.
Shibuya es el barrio de los centros comerciales y tiendas por todos lados. Los japoneses son muy trabajadores pero también muy consumistas. En él se encuentra el
paso de cebra más famoso y transitado del mundo. Es un cruce de cuatro direcciones en el que los semáforos se abren a la vez y se abarrota de peatones, eso sí, de manera muy ordenada, como todo en
Japón. La verdad es que esa sensación de estar rodeado de mucha gente a todas horas la tuve en general en todo el país. Está claro que no tienen problemas demográficos.
Fuimos por la noche ex profeso a
Akihabara para admirar los gigantescos neones de las grandes tiendas. Hay edificios enteros llenos de máquinas recreativas y allí están todos los jugadores entusiasmados con los videojuegos. Es muy curioso, lo cierto es que en Europa esto no te lo imaginas y tengo que reconocer que me parecían un poco infantiles. También es el
barrio del manga. No me gusta demasiado pero mis alumnos me animaron a ir. Hay cómics de todo tipo y para todas las edades, en los que gastan toneladas de papel al año.
Odaiba tiene una playa artificial y un impresionante puente rojo, al más puro estilo del de San Francisco, que une la isla con la ciudad. Las vistas de noche de toda la bahía y las luces de los
rascacielos de Tokio por detrás del puente iluminado son increíbles.
En Madrid voy bastante a los restaurantes japoneses porque me apasiona su gastronomía, así que estar allí, para mí significó disfrutar de un
paraíso culinario.
Los restaurantes están especializados. Si vas a uno de
sushi sólo comerás eso y nada más, lo mismo con los de
ramen,
yakitori,
teppanyaki, etc. Además, ya sean de mayor o menor categoría, lo ves todo tan pulcro e higiénico que te ofrece toda la confianza del mundo.
En este país está todo muy limpio. Nunca ves nada tirado por el suelo y los baños públicos están impolutos y también equipados a tope, con chorros de agua en el inodoro y música.
Creo que cuando vas a
Japón no cambias de país, cambias de planeta.
Opino que para alguien que nunca haya viajado a Asia, a priori es el destino más aconsejable para empezar e ir abriendo boca. Aunque es un país desarrollado, sus costumbres son muy diferentes a las nuestras y te sorprenden mucho en todos los sentidos.
He regresado con la idea de
admiración hacia el pueblo japonés. Ya la tenía desde que vi su reacción ante el tsunami y la alerta nuclear, pero todavía crece más cuando compruebas cómo funcionan en su vida diaria.
Me encantaría que todos fuésemos un poco japoneses en el sentido del
respeto, el
orden y la
limpieza. Su palabra favorita es gracias, oyes constantemente
“arigatou gozaimasu” en todos los sitios, y así me siento yo, agradecida de haber vivido unos días en su
curioso y ejemplar mundo.